domingo, 15 de abril de 2012

Desencajado



Un jarro de icebergs,
un agujero negro en las entrañas,
y un muro dónde rebotan tus palabras…

Un poco más pequeño.

Una alambrada en las manos,
unos labios que se alejan.
y unos ojos que te evitan y te matan.

Cada vez más pequeño.

Y de pronto, te sientes como exiliado en Siberia,
como un naufrago en Canarias,
como un perro en busca de dueño.

Infinitesimal.

Contienes un grito en la garganta
que provoca un eco que rebota en tu faringe
sin llegar a tocar tus cuerdas vocales.

Nadie te oye.

Y el mundo sigue girando como una peonza,
aunque tu quieras que pare porque te mareas,
para bajarte porque te sientes fuera.

Invisible.

Y sin embargo lo intentas:
Culebreas, mendigas y te arrodillas,
te vendes, te alquilas y te regalas…
Te haces voluntariamente esclavo.

Vacío.

Te devuelven medio billón de miradas por encima del hombro,
más de mil doscientos trillones de minutos de silencios
y te dan la espalda un millón y medio de veces.

Te das cuenta.

Y al final,
inevitablemente,
te conviertes en colilla
y te consumes.